Yo metí el brazo y lo saqué desde la pantalla del televisor. Él estuvo combatiendo en Vietnam y había que verlo, con su cuerpo musculoso cargando esa metralleta, escabulléndose entre los árboles y matando a todo el que encontraba a su paso. Mi hija lo miraba con atención, con sus ojos fijos en la T. V., le seguía los movimientos, olvidaba que metía las manos en una fundita para comer rosetas de maíz. Ella se emocionaba, hacía los gestos de su héroe. Yo la llamé y no me escuchó, seguía ensimismada, nadie la sacaba de su anonadamiento. Yo pensé que ese héroe era una mala influencia para mi hija y decidí meter la mano, lo saqué por el cuello y le dije “¿tú no sabes que estás comiéndote la mente de la nena? ¿Eh? Él dejó caer el arma, y con lengua estropajosa dijo: “ ¡Soy inocente, soy inocente!” Me llené de más ira y le apreté el cuello, sus ojos le brillaron como brazas, ya la lengua se le brotaba. Ahí me atrapó la nena “papá, se me apagó la película”. Yo apenas la escuché, sentí unos pasos en el patio, abrí la persiana y los niños del pueblo, que veían su película preferida, demandaban la liberación de su héroe.
Hoy he amanecido más linda que nunca, en la madrugada me cayó un rocío que me ha revitalizado, me siento como si fuera una nena de quince años, con esas ansias de vivir, de asistir risueña a toda la primavera y quedarme permanente en la memoria de este jardín. Mi color rosa me sienta bien, tiene una tonalidad, un brillo, una belleza traída de paisajes exóticos; mis pétalos se superponen, se acomodan, se ensamblan los unos con los otros y siento el rocío cuando rueda en mis capas internas. Definitivamente soy feliz, más feliz de lo que alguien pueda imaginarse. Cualquiera pensaría que soy una simple rosa y que sólo sirvo para ser admirada. Tremenda equivocación; todos lo saben, pero nadie piensa en que tengo vida. Esto no lo entenderán nunca. A pesar de todo sólo me asalta un ligero temor, un temor que me suspende la respiración... Ojalá no venga alguien a este jardín y me corte de un tirón.
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