
El niño bajó la cuesta, ahora camina por la vieja carretera. Va desnudo, en su corazón laten los misterios de la primavera.
Ese camino está lleno de flores y bordeado por árboles grandes que pegan al cielo.
A lo lejos el río corre con sonidos extraños. El niño lleva sus manos vacías y la mente cargada de luz.
Cruzó el potrero y llegó al río, perseguido por el mugido de las vacas.
Está parado sobre una piedra frente a su charco preferido. Para lanzarse al agua levantó los brazos, cerró los ojos y respiró profundamente.
Inició el clavado y cuando cayó, al charco se le abrieron muchos ojos de agua. De ellos salieron tres hermosas mariposas, alegres, libres, juguetonas. Luego se multiplicaron y fueron seis, y más, y más... Se pobló el charco de mariposas, el monte se lleno de mariposas, Salcedo de nubló de mariposas, y el mundo, el universo, se atiborraron de mariposas. Y el niño, sonreído, desde el charco, juega y juega como si fuera día de San Juan.
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