No era una gota de agua común, como esas de lluvia que caen en los aleros o una gota de rocío encima de una rosa en pleno estío. No, era una gota de agua grande, más grande que un huevo, que estaba allí reflejando un mundo confinado al misterio de la soledad. Esa gota de la cual hablo pudo haberse convertido en gotitas pequeñas, pero no fue así. Se quedó en el pretil de la mañana, esperando incubar alegrías o un mundo lleno de colores, donde se levanten paisajes azules, rojo-amarillo o quizás un verde como el de los olivos.
La gota de agua estaba en la mesa y sólo tembló su cuerpo cuando un lagarto blanco de ojos verdes rayados y sangre descolorida, cayó muy cerca. El lagarto vio a ese huevo transparente, a esa imagen oval extraña. Con toda la maestría del mundo observó. Allá, en el fondo, se reflejaba una mariposa de esas nocturnas que circundan el alumbrado eléctrico. Tranquilo, con sigilo, dio el salto y como era obvio, se llevó una gran desilusión, pues la mariposa no existía dentro de la gota, estaba en el techo del comedor.
Allá, adentro, el lagarto tragó en seco. Sacó la lengua y lamió sus labios, en ese momento se dio cuenta que estaba dentro de la lagrima de un sueño.
La gota de agua estaba en la mesa y sólo tembló su cuerpo cuando un lagarto blanco de ojos verdes rayados y sangre descolorida, cayó muy cerca. El lagarto vio a ese huevo transparente, a esa imagen oval extraña. Con toda la maestría del mundo observó. Allá, en el fondo, se reflejaba una mariposa de esas nocturnas que circundan el alumbrado eléctrico. Tranquilo, con sigilo, dio el salto y como era obvio, se llevó una gran desilusión, pues la mariposa no existía dentro de la gota, estaba en el techo del comedor.
Allá, adentro, el lagarto tragó en seco. Sacó la lengua y lamió sus labios, en ese momento se dio cuenta que estaba dentro de la lagrima de un sueño.
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