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El Ruido

Todas las gentes del pueblo se tapaban los oídos con las manos, se los aprisionaban cada vez más, no podían soportar ese ruido leve, pero lacerante, que venía de todos los puntos cardinales. En las calles se ha parado el tránsito, todos salieron de sus vehículos y ahora giran alrededor de círculos imaginarios. No podían aguantar ese sonido que les recorría las venas en ciclos sucesivos.
Los limpiabotas del parque dejaron de lustrar; las amas de casa, los locutores, los sastres, los porteros, los médicos, los periodistas; todos, todos, dejaron de trabajar. Todos al mismo tiempo enlazan la misma pregunta en sus pensamientos. ¿De dónde viene ese ruido? Y no se podían responder. Todos se pusieron a soñar, se veían corriendo lejos de ese sitio: las mujeres, los niños, los hombres. Todos corrían sin parar; pero mientras más corrían, más fuerte el ruido sonaba. Entonces se devolvían, se entrecruzaban, querían volar, habitar los cielos, hoyar la tierra, beberse el mar...
Y siguieron soñando. Vieron una montaña alta, tan alta que parecía no tener fin, y la empezaron a subir. Ya en la cima todos se miraron, tenían la misma estatura, el mismo color, la misma alegría en sus ojos, la misma sonrisa en sus labios.. Después despertaron. Vieron las cosas sumidas en la cotidianidad. Y entonces... El ruido se dejó de escuchar

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Monólogo de la Rosa

Hoy he amanecido más linda que nunca, en la madrugada me cayó un rocío que me ha revitalizado, me siento como si fuera una nena de quince años, con esas ansias de vivir, de asistir risueña a toda la primavera y quedarme permanente en la memoria de este jardín. Mi color rosa me sienta bien, tiene una tonalidad, un brillo, una belleza traída de paisajes exóticos; mis pétalos se superponen, se acomodan, se ensamblan los unos con los otros y siento el rocío cuando rueda en mis capas internas. Definitivamente soy feliz, más feliz de lo que alguien pueda imaginarse. Cualquiera pensaría que soy una simple rosa y que sólo sirvo para ser admirada. Tremenda equivocación; todos lo saben, pero nadie piensa en que tengo vida. Esto no lo entenderán nunca. A pesar de todo sólo me asalta un ligero temor, un temor que me suspende la respiración... Ojalá no venga alguien a este jardín y me corte de un tirón.

El hombre primitivo

El hombre primitivo salió de la cueva y vio la claridad del día. Sus ojos se le llenaron de alegría. Miró a su alrededor, el bosque verde y amplio se abría, tendiéndole una invitación para que se echara a caminar. Así lo hizo. Caminó un largo rato. Podía escuchar el canto de las aves, el rugir de viento entre los árboles y ver la maravilla de las flores en plena primavera. Después, rozó dos piedras y armó un fuego pavoroso en todo el bosque. Pasó dos días corriendo, pero descubrió el fuego. Empezó a llover, se escondió en otra cueva y tembló de miedo cuando los rayos y los truenos se llevaban la tarde. Así fue, se encontró con otros semejantes, y se asentaron en algunos de predios que tomaron. Luego, trabajaron con el metal, con la electricidad, con la Internet y el genoma humano. Pero el hombre primitivo no se olvida nunca de entrar en su cueva; y entra a cada rato, cada vez con más frecuencia.

Los jardines colgantes

Ahí estaba mi casa, en la calle principal del pueblo, justamente al lado derecho de la iglesia. Esa iglesia bonita, con arquitectura de tipo victoriano. Cada vez que paso por aquí me parece verla, pero ya no está. Se fue en el fuego del siete de agosto, gracias a Dios no estuve aquí, me hubiera desgarrado verla en llamas. De mi casa no puedo olvidar el día que la azotó el ventarrón. Vino con fuerza demoníaca. Primero la brisa sopló suave y levantó un polvillo color amarillo mostaza. Dos horas más tarde vino ese tornado y llenó los techos de tierra. Luego llegó la lluvia, fue una lluvia pertinaz que duró tres días. En el techo del segundo piso creció una planta, sus ramas eran brazos que se extendían a la calle. Sin darnos cuenta ya la planta copaba todo el techo y se iba apoderando del balcón en la parte alta. Unas flores extrañamente amarillas y rojas empezaron a salir. Los vecinos veían la planta con expectación; yo, con miedo. Me preguntaba por qué esa planta crecía en mi casa y no...