Uno de los profetas anunció para el día de mañana la llegada de una plaga de moscas. Virtudes estaba realmente asustada. Si era como le contaban, sería un desastre para todos y todas, habría que dejar el pueblo y marcharse lejos, porque en ese lugar no podrían vivir. Pero había una esperanza, no todas las profecías se cumplen y ella era escéptica en su infinito interior.
Llamó a Pablo, su marido, para conversar sobre el asunto. Pablo estaba leyendo las últimas noticias y los diarios sólo centraban su atención en la llegada de las moscas. Informaban todo tipo de consejos para sobrevivir.
A pesar de todo, Pablo está tranquilo, mientras que afuera, en la calle, la gente anda presurosa y preocupada. Yo no sé por qué compran alimentos para una semana, vaciaron los colmados como si fuera el fin del mundo.
Ella realmente estaba preocupada. En el patio los niños jugaban ajenos a drama, inocentes de lo que ella consideraba una hecatombe.
-¿Me parece que el profeta miente? –Le dijo Pablo.
- No digas eso de los profetas, son enviados por Dios para advertimos. Si nos lleváramos de ellos...
- Yo no me muevo de aquí, –concluyó Pablo.
Esa noche nadie durmió, si hubieran mirado por las ventanas y las puertas, hubieran visto a la gente en vigilia permanente. En todas las formas tenían miedo. El Profeta estaba seguro de lo que dijo. Lo planteó en varios lugares y defendía su tesis con vehemencia.
Al otro día las calles amanecieron en calma. Las moscas no llegaron, Pero se quedó el pueblo con un profeta menos.
Llamó a Pablo, su marido, para conversar sobre el asunto. Pablo estaba leyendo las últimas noticias y los diarios sólo centraban su atención en la llegada de las moscas. Informaban todo tipo de consejos para sobrevivir.
A pesar de todo, Pablo está tranquilo, mientras que afuera, en la calle, la gente anda presurosa y preocupada. Yo no sé por qué compran alimentos para una semana, vaciaron los colmados como si fuera el fin del mundo.
Ella realmente estaba preocupada. En el patio los niños jugaban ajenos a drama, inocentes de lo que ella consideraba una hecatombe.
-¿Me parece que el profeta miente? –Le dijo Pablo.
- No digas eso de los profetas, son enviados por Dios para advertimos. Si nos lleváramos de ellos...
- Yo no me muevo de aquí, –concluyó Pablo.
Esa noche nadie durmió, si hubieran mirado por las ventanas y las puertas, hubieran visto a la gente en vigilia permanente. En todas las formas tenían miedo. El Profeta estaba seguro de lo que dijo. Lo planteó en varios lugares y defendía su tesis con vehemencia.
Al otro día las calles amanecieron en calma. Las moscas no llegaron, Pero se quedó el pueblo con un profeta menos.
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