
Llamó a Pablo, su marido, para conversar sobre el asunto. Pablo estaba leyendo las últimas noticias y los diarios sólo centraban su atención en la llegada de las moscas. Informaban todo tipo de consejos para sobrevivir.
A pesar de todo, Pablo está tranquilo, mientras que afuera, en la calle, la gente anda presurosa y preocupada. Yo no sé por qué compran alimentos para una semana, vaciaron los colmados como si fuera el fin del mundo.
Ella realmente estaba preocupada. En el patio los niños jugaban ajenos a drama, inocentes de lo que ella consideraba una hecatombe.
-¿Me parece que el profeta miente? –Le dijo Pablo.
- No digas eso de los profetas, son enviados por Dios para advertimos. Si nos lleváramos de ellos...
- Yo no me muevo de aquí, –concluyó Pablo.
Esa noche nadie durmió, si hubieran mirado por las ventanas y las puertas, hubieran visto a la gente en vigilia permanente. En todas las formas tenían miedo. El Profeta estaba seguro de lo que dijo. Lo planteó en varios lugares y defendía su tesis con vehemencia.
Al otro día las calles amanecieron en calma. Las moscas no llegaron, Pero se quedó el pueblo con un profeta menos.
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