Siempre quise ver a un Unicornio, cabalgar con él en las noches claras, escaparme agarrado a su cuerno y sentir sus pasos de luz. Siempre le dije a mi padre que no me matara la ilusión, que no me volviera a decir que los unicornios no existían, que eso era invento de los griegos que no tenían nada que hacer.
A la abuela le pedí uno de juguete como regalo de Reyes para tenerlo en mi cabecera; así quizá podría invocarlo, y a lo mejor me salía en los sueños. Ella no encontró ese bendito juguete en la plaza. Por eso un día lloré tanto que mi padre tuvo que ir a la capital a buscarlo y me trajo un caballito que en nada se parecía a un Unicornio. Sentí desfallecer cuando mi padre me lo mostró. Mi madre, mi pobre madre, que sufría mi necesidad, me cargó, me arrulló en sus brazos, me cantó una canción de cuna y me contó un cuento que jamás olvidaré. Con sus palabras me dibujó un Unicornio que venía del horizonte; blanco, celestial, espumoso... El Unicornio entró a mis sueños y me fui con él.
A la abuela le pedí uno de juguete como regalo de Reyes para tenerlo en mi cabecera; así quizá podría invocarlo, y a lo mejor me salía en los sueños. Ella no encontró ese bendito juguete en la plaza. Por eso un día lloré tanto que mi padre tuvo que ir a la capital a buscarlo y me trajo un caballito que en nada se parecía a un Unicornio. Sentí desfallecer cuando mi padre me lo mostró. Mi madre, mi pobre madre, que sufría mi necesidad, me cargó, me arrulló en sus brazos, me cantó una canción de cuna y me contó un cuento que jamás olvidaré. Con sus palabras me dibujó un Unicornio que venía del horizonte; blanco, celestial, espumoso... El Unicornio entró a mis sueños y me fui con él.
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