Ir al contenido principal

El unicornio

Siempre quise ver a un Unicornio, cabalgar con él en las noches claras, escaparme agarrado a su cuerno y sentir sus pasos de luz. Siempre le dije a mi padre que no me matara la ilusión, que no me volviera a decir que los unicornios no existían, que eso era invento de los griegos que no tenían nada que hacer.
A la abuela le pedí uno de juguete como regalo de Reyes para tenerlo en mi cabecera; así quizá podría invocarlo, y a lo mejor me salía en los sueños. Ella no encontró ese bendito juguete en la plaza. Por eso un día lloré tanto que mi padre tuvo que ir a la capital a buscarlo y me trajo un caballito que en nada se parecía a un Unicornio. Sentí desfallecer cuando mi padre me lo mostró. Mi madre, mi pobre madre, que sufría mi necesidad, me cargó, me arrulló en sus brazos, me cantó una canción de cuna y me contó un cuento que jamás olvidaré. Con sus palabras me dibujó un Unicornio que venía del horizonte; blanco, celestial, espumoso... El Unicornio entró a mis sueños y me fui con él.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El hombre primitivo

El hombre primitivo salió de la cueva y vio la claridad del día. Sus ojos se le llenaron de alegría. Miró a su alrededor, el bosque verde y amplio se abría, tendiéndole una invitación para que se echara a caminar. Así lo hizo. Caminó un largo rato. Podía escuchar el canto de las aves, el rugir de viento entre los árboles y ver la maravilla de las flores en plena primavera. Después, rozó dos piedras y armó un fuego pavoroso en todo el bosque. Pasó dos días corriendo, pero descubrió el fuego. Empezó a llover, se escondió en otra cueva y tembló de miedo cuando los rayos y los truenos se llevaban la tarde. Así fue, se encontró con otros semejantes, y se asentaron en algunos de predios que tomaron. Luego, trabajaron con el metal, con la electricidad, con la Internet y el genoma humano. Pero el hombre primitivo no se olvida nunca de entrar en su cueva; y entra a cada rato, cada vez con más frecuencia.

Monólogo de la Rosa

Hoy he amanecido más linda que nunca, en la madrugada me cayó un rocío que me ha revitalizado, me siento como si fuera una nena de quince años, con esas ansias de vivir, de asistir risueña a toda la primavera y quedarme permanente en la memoria de este jardín. Mi color rosa me sienta bien, tiene una tonalidad, un brillo, una belleza traída de paisajes exóticos; mis pétalos se superponen, se acomodan, se ensamblan los unos con los otros y siento el rocío cuando rueda en mis capas internas. Definitivamente soy feliz, más feliz de lo que alguien pueda imaginarse. Cualquiera pensaría que soy una simple rosa y que sólo sirvo para ser admirada. Tremenda equivocación; todos lo saben, pero nadie piensa en que tengo vida. Esto no lo entenderán nunca. A pesar de todo sólo me asalta un ligero temor, un temor que me suspende la respiración... Ojalá no venga alguien a este jardín y me corte de un tirón.

La cabeza del arco iris

La leyenda circula en la comarca desde el siglo pasado: “Si orinas en la cabeza de un arco iris cambiarás de sexo”. Eso se lo contó mi bisabuelo a mi abuela, mi abuela a mi mamá, mi mamá me lo contó a mí y yo a mi hija Dara. Esa tarde mi hija salió y no sabíamos dónde estaba. Todos nos preocupamos, alborotamos al barrio. Se inicio una búsqueda intensa con los voluntarios de la comarca y fuimos a parar a la playa. La niña no estaba allí. Yo presentí lo peor, la imagen de que el mar se la llevó me golpeaba la mente. Hace unos días que llueve, la temporada de los ciclones trajo mucha lluvia y truenos. Hoy sólo cae una llovizna que a veces se disipa para dar paso a un sol radiante. En lo alto del cielo, por el Este, ahora se levanta un hermoso arco iris que parece magia, con sus colores intensos, radiantes. Hace unos días la niña me preguntó por qué ella no había nacido varón, que ella quería ser varón. Al recordar esa pregunta me moví rápidamente, convidé algunos de mis amigos y fu