Esa tarde te levantaste después de la siesta, te pusiste un traje de seda azul, casi transparente; te peinaste con una coronita de flores artificiales, saliste descalza y fuiste a parar a la playa; hundiste tus pies en la arena tibia, y jugaste por un rato. Después, levantaste la mirada hacia el azul de las aguas, la recorriste. Tu mirada se perdió como queriendo tocar el horizonte, y penetraste al mar. Tus pies se llenaron de fríos y a tu cuerpo se le congelaron las ansias de la vida. Caminabas hacia dentro, ya el agua subía a tu cintura y tú seguías lentamente hasta que tu cuerpo se perdió en el mar, en el fondo gris de la tarde. Al otro día te vi salir del agua, volvías de nuevo, y agarrada de tu mano, venía la soledad.
Hoy he amanecido más linda que nunca, en la madrugada me cayó un rocío que me ha revitalizado, me siento como si fuera una nena de quince años, con esas ansias de vivir, de asistir risueña a toda la primavera y quedarme permanente en la memoria de este jardín. Mi color rosa me sienta bien, tiene una tonalidad, un brillo, una belleza traída de paisajes exóticos; mis pétalos se superponen, se acomodan, se ensamblan los unos con los otros y siento el rocío cuando rueda en mis capas internas. Definitivamente soy feliz, más feliz de lo que alguien pueda imaginarse. Cualquiera pensaría que soy una simple rosa y que sólo sirvo para ser admirada. Tremenda equivocación; todos lo saben, pero nadie piensa en que tengo vida. Esto no lo entenderán nunca. A pesar de todo sólo me asalta un ligero temor, un temor que me suspende la respiración... Ojalá no venga alguien a este jardín y me corte de un tirón.
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